¿QUÉ VOY A COMER AHORA?
CAMBIOS DE HÁBITOS
Todos los días
de la vida de una persona - que puedes ser tú que estás leyendo esto - varias
veces al día, aparecen repentinamente
en la cabeza varias preguntas recurrentes. Siempre fue igual, desde siempre,
desde que tienes uso de razón.
…y esas
preguntas rondan siempre alrededor de las siguientes: ¿Qué voy a comer ahora? ¿Qué hay para comer? ¿Qué voy a comer en la
cena? ¿Qué habrá de comer en la fiesta que me invitaron? ¿Qué habrá de comer
donde me invitaron? ¿Qué haré para comer el domingo al mediodía ¿Me quedaré con
hambre donde voy a comer?...Y muchas otras más por el estilo.
Esto pasa
porque desde niños - en la mayoría de los casos de las personas que hoy tienen
problemas con los excesos de comidas - sus padres o abuelos les han enseñado
que había que comer. Simplemente eso:
que había que comer para crecer sanos y fuertes.
Cuanto más se
comiera más sano y fuerte se iba a estar. ¡No
dejes nada que sobre en el plato, cómetelo todo!, ¡La comida no se tira!, esos eran los mandatos generalizados, aun cuando tú sensación de hambre ya hubiera desaparecido.
Día tras día,
meses tras meses, años tras años, todo lo que a una persona se le enseña desde
que nace, va formando los hábitos
con que se va a manejar durante el resto de su vida.
¿Pero qué es
un hábito? Un hábito es una fuerza, es
la fuerza de la costumbre, es una fuerza muy poderosa que actúa sobre
nosotros y nos “damos cuenta” que
eso ocurre. Los hábitos se alojan en el subconsciente, por eso no somos
conscientes cuando los aplicamos. Un hábito es una fuerza que nos puede limitar o es una fuerza con
la que podemos adquirir capacidades
diferentes.
Los hábitos
que pueden limitar a una persona, se
consideran hábitos negativos. Los hábitos que pueden hacer adquirir
capacidades diferentes y a la vez - si los hay - modificar los hábitos
negativos, se consideran hábitos
positivos.
¿Y cómo se adquiere un hábito?: Se adquiere únicamente por repetición continua de
sentimientos, pensamientos o actos físicos.
Podemos decir que hay hábitos afectivos
que nos hacen sentir, hábitos
cognitivos que nos hacen pensar y hábitos
operativos que nos hacen actuar.
Durante muchos
años y aún hasta hoy, la imagen de un
niño delgado, en muchas personas se
la asocia con que ese niño está enfermo. Como contrapartida en muchas
personas todavía se considera que cuando
un niño está “gordito” está sano.
También nos
enseñaron que había que desayunar,
almorzar merendar y cenar.
También nos
enseñaron que cuando se hace una fiesta y sobre
todo la fiesta de cumpleaños de cada uno, lo más importante es agasajar a
los invitados con cierto tipo de comidas especiales que no se comen
habitualmente y terminar la fiesta de cumpleaños con el rito o celebración de
la ceremonia de apagado de las velas para pedir los tres deseos.
Siempre nos
enseñaron que las velas iban montadas sobre una torta. La torta de cumpleaños.
También nos
enseñaron que cuando una persona tiene hambre tiene que comer comida para dejar de tenerlo.
Eso es lo que
la mayoría de las personas hace y viene haciendo a lo largo de toda la historia
y funcionó perfectamente durante miles de años, para mantener a la población
del mundo viviendo en delgadez saludable a largo plazo.
Pero desde el comienzo
de la década de los años ochenta del siglo pasado, todo comenzó a cambiar.
Lo que
históricamente era un equilibrio entre la medida de alimentos que la persona
comía y gastaba durante el día para vivir, se
fue poco a poco distorsionando.
En principio
fue por el agrandamiento de las
porciones que se “crearon para
compartir” y que después no se
compartieron más.
Luego a esto
se sumó poco a poco, la irrupción masiva de las tecnologías y la forma de comprar los alimentos
(control remoto de la televisión, electrodomésticos, automóviles más económicos
al alcance de más personas, supermercados, restaurantes, estaciones de
servicios con shops, proliferación de kioscos y negocios de venta de comida,
envíos a domicilio, etc.).
La comodidad de tener cada vez los alimentos más
cerca y al alcance de la mano, el
poco movimiento que se necesita para obtenerlos, sumado a la cantidad de horas
que pasa una persona frente a la pantalla del televisor o computadora, hicieron que el sedentarismo enfermante se fuera adueñando
de la mayoría de la población.
Las personas
que han nacido después del año 1970, generalmente, no pueden recordar cuales eran las medidas de alimentos
suficientes que se servían en las mesas de las casas de sus familiares,
antes de que poco a poco se fueran
desvirtuando y aumentando por presión de la sociedad de los excesos o
consumos excesivos.
Cuando una persona viene escuchando desde niño en
forma diaria palabras o frases
tal como, desayuno, almuerzo, merienda, cena ¿Qué voy a comer ahora? O ¿Qué hay para comer?, fiesta con torta de
cumpleaños, tenedor libre, ¡Te felicito!
Y te premio con chocolates, alfajores o bombones, esas palabras, frases o
actos concretos, van formando los
hábitos y costumbres que marcarán su vida posterior en este tema.
Todas estas palabras y los actos para llevarlas a
cabo van formando los hábitos en
un niño respecto a su forma de alimentarse y su forma de pensar. De acuerdo a esos hábitos será su vida en
este tema.
Mientras no
hubo distorsión en las medidas de lo que se servía en los platos, y el balance
de movimiento del cuerpo diariamente era el correcto, la población del mundo
oscilaba en un 15% de personas que tenían sobrepeso u obesidad. Hoy está en el 65% y subiendo rápidamente.
Esa diferencia
del 15% al 65% o sea un 50%, son personas que hace treinta o treinta y cinco
años eran delgadas o nacieron delgadas y producto de la combinación entre la
distorsión en las medidas en que vienen empaquetados todos los alimentos,
sumado a la pasividad de movimientos en el cuerpo, hoy forman parte de la masa
de personas con sobre peso u obesidad existente en nuestra sociedad, con las
consecuencias en la salud y el ánimo de cada una, que esto produce.
Este 50% de
personas que eran delgadas fue engordando “sin
darse cuenta” a razón de medio kilo por año o un kilo por año y hoy “sin darse cuenta” se encuentran con
quince, treinta o más kilos de sobrepeso.
Muchas de
estas personas - entre las cuales puedes estar tú, que está leyendo esto en
este momento - han querido perder peso
en una o varias oportunidades.
¿Cuáles fueron
las motivaciones? Al principio, probablemente, muchas veces fueron estéticas y
con el paso del tiempo fueron variando debido a los problemas de salud o
psicológicos que el sobre peso u obesidad acarrea en la persona, cuando se
transforma en una asignatura pendiente que no se termina de resolver.
¿Cuál fue la
propuesta que siempre te han dicho cada vez que intentabas hacer algo para
perder peso?: “Debes hacer una dieta
restrictiva, debes de dejar de comer lo que te gusta y en las cantidades que te
gustan para perder peso”.
Cada vez que
tú te encontrabas con esa propuesta, muy adentro de ti, aunque no te dieras
cuenta en ese momento o no fuera en forma consciente, esas proposiciones te
sonaban en tú cabeza de la siguiente manera:
Debe = me suena a imposición, a obligación.
Dieta = me suena a restricción (no voy a poder comer nunca más lo que yo quiero,
por eso siempre me “despido” con una comilona antes de comenzar).
Perder = ¿Cómo voy a perder si a mí no me gusta perder a nada?
Nunca aparece
una sensación de alegría o bienestar cuando
una persona por obligación o imposición debido
a las circunstancias debe comenzar una dieta restrictiva para perder peso.
Pero eso ya es
historia del siglo veinte, ¡Sí! una historia del siglo pasado, donde para
solucionar estos temas te daban las repetidas, tradicionales, antiguas,
viejas, caducas, obsoletas, perimidas, cortoplacistas e imposibles de sostener
a largo plazo en el tiempo dietas restrictivas reengordantes de las creadas en
el siglo veinte.
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